Nuestro viaje al Himalaya nos llevó también a las dos principales ciudades de Nepal, Kathmandú y Pokhara. La primera, capital del país, con más de un millón de personas viviendo en un enjambre de callejuelas. Entre contaminación y polvo surgen mil colores en las ropas, los comercios, los banderines de los templos. Todo un espectáculo de contrastes y de un caos casi agobiante.
La segunda, mucho más calmada y turística, nos recibe con unas monumentales vistas a las montañas. Los días en Pokhara transcurrieron tranquilos, entre paseos por el lago, visitas a templos y la experiencia más entrañable del viaje, conocer a los niños de un colegio de refugiados tibetanos.






Poner un pie en Kathmandú es meterse de lleno en un caos inmenso de calles abarrotadas, ruido, contaminación, ropas de colores, ceremonias y templos. Un contraste que cuesta digerir, entre la paz del interior de sus templos o incluso de algún bar en el que tomar una cerveza Everest, y el tumulto de personas y coches que circula por las calles. Nos encontramos continuamente bombardeados por estímulos de toda clase, y me encuentro tratando de captar mil escenas con la cámara.






Hacia las afueras encontramos la ciudad de Patan o Lalitpur, sin duda de lo más bonito en lo que a ciudad se refiere, con templos milenarios, tiendas de artesanía e historia a cada uno de nuestros pasos. Conocida como la ciudad de los tejados de oro, alberga cantidad de templos budistas e hinduistas, muchos de ellos en reparación por los terremotos que sufre esta zona. La Plaza Durbar es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Toda una ciudad de contrastes. Por el día visitamos templos majestuosos y abarrotados. Por la noche nos adentramos por calles sin luz, sin asfalto, en las que apenas transita nadie y el silencio es abrumador.


Camino de nuestra siguiente ciudad, en las montañas de Gorkha, visitamos el Templo de Manakamana. Para llegar hasta él, damos un paseo en teleférico que nos remonta los mil metros de desnivel que nos separan del templo, en lo alto de la montaña. Manakamana es uno de los dos templos de Nepal en los que a día de hoy se siguen realizando sacrificios. El movimiento de personas que llevan animales a la diosa Bhagwati es tal que incluso hay cabinas solo para cabras, que sólo compran billete de ida. En función de las posibilidades económicas, las familias acuden allí con una paloma, un gallo, un cerdo o un cabra para pedir favores. La mezcla de olores que allí se respira es indescriptible, entre inciensos, comidas especiadas y sangre. Cánticos y campanillas de colores no dejan de escucharse un sólo momento, en una fiesta que tiene más de jolgorio que de solemne. Todo un espectáculo.

Pokhara, rodeada por lagos y montañas, más relajada que la tumultuosa capital, nos permitió maravillarnos con las vistas de la cordillera del Himalaya en todo su esplendor, en unos días soleados y con nuestras ya conocidas tormentas al atardecer. Sin duda los días más relajados que vivimos después de nuestro trekking por el Valle del Annapurna.
Gracias a nuestro guía pudimos conocer un poco más de la realidad de sus habitantes, acercándonos a las historias de los niños de un colegio procedentes del Tíbet, con quienes pudimos pasar una mañana muy entrañable, llena de recuerdos que nos llevamos en el corazón.










