Ubud es la ciudad de los artistas. Pintores y artesanos la inundan con sus tiendas y exposiciones. Cualquier estilo es bienvenido. El contraste impresiona: entre su avenida principal, una suerte de jungla de motos, y las callejuelas que de ella se alejan, llenas de una apacible vida. Por esas callejuelas nos fuimos encontrando con el quehacer cotidiano de los balineses, sus sonrisas, su café, sus ceremonias.









Los alrededores de Ubud eran campos de arroz que forman un paisaje silencioso, interrumpido por carreteras ondeantes y sus motos, o por la música de los templos y sus ceremonias. Bares de carretera, campesinos a sus labores, perros que acompañan los paseos y hasta columpios un tanto rudimentarios para hacer las delicias de los turistas.
Una ciudad desordenada y ruidosa que se rodea de la calma de la naturaleza. En la que el tiempo parece detenerse.






